Fue hace 27 años, en los primeros meses de 1992. Mi Director de ese momento, y titular de la Cátedra de Histología y Embriología de la Facultad de Ciencias Veterinarias, el Dr. Félix Moreno estaba hablando en su escritorio con alguien a quien yo jamás había visto. El tono era amigable, parecían conocerse desde hacía tiempo. Cuando el desconocido se fue, Moreno se acercó a mí y me dijo: Ese es el Dr. Pucciarelli, es un gran científico, pero sobre todo un buen tipo, quiere que le dé unas clases de Embriología para su materia; le dije que yo no podía, pero que le iba a enviar a alguien de la Cátedra. Ese alguien era yo.
Fue así como entonces, siendo un veterinario que recién tenía un cargo de JTP en mi Facultad y recién había comenzado a dar también Histología y Embriología en la Facultad de Medicina, y casi sin más instrucciones que: “Hable de las primeras semanas del desarrollo humano”, me encontré en una tarde-noche fría de Mayo de 1992, entre ratas y humedad, en un subsuelo de la Facultad de Humanidades (aún no se había terminado la construcción de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo en 60 y 122) frente a un grupo de futuros antropólogos y así fue también cómo conocí a Héctor Pucciarelli.
Mi relación con Héctor estuvo siempre más vinculada a la actividad docente, por diversos motivos los dos intentos de realizar juntos alguna tarea de investigación fracasaron, algo que siempre lamento. Desde ese inicio, en que entre como reemplazo a colaborar en su cátedra, nuestra relación se profundizó. En 1995 comenzó a buscar la manera de formalizar mi rol, para que pudiera de alguna manera incorporarme a su Cátedra de Antropología Biológica I, legalmente yo no podía tener otro cargo, pero Héctor, con su tenacidad y su inteligencia, encontró esa extraña figura del Estatuto de la UNLP y desde entonces soy Profesor Libre de esa Cátedra. Fue mi primer cargo de Profesor en la Universidad, lo luchó tenazmente sin que yo le hubiera pedido nada, como había dicho mi director, era un buen tipo. Al profundizar la relación fui conociendo sus otras características; una de las más notables era su sentido del humor; irónico, ácido, casi negro. Ese sentido del humor, sumado a su memoria que le permitía recordar muchas historias, era el eje de las largas charlas, a veces casi monólogos, que teníamos luego de las mesas de examen. Cuando me nombraron Profesor, concurrí durante un ciclo lectivo a todos los teóricos, de Héctor, el objetivo era contextualizar mis clases de Embriología en la asignatura. Descubrí entonces el vasto conocimiento que tenía y, especialmente su capacidad para relacionar áreas distintas.
En las charlas cada vez más frecuentes, me hacía viajar a un pasado donde él generó una revolución conocimiento de la Antropología Biológica en el continente. Un antropólogo golpeando las puertas del Instituto que dirigía Bernardo Houssay, para trabajar en lo que aún no se conocía como nerurociencias, parecía algo imposible 50 años atrás, pero él lo hizo y sin nunca perder en sus nuevas búsquedas la perspectiva del antropólogo.
Hablar de ciencia con Hector, era maravilloso. Fue un gran lector y le gustaba compartir sus lecturas. La primera vez que tuve frente a mí la“Ontogenia y Filogenia” de SJ Gould fue a partir de una fotocopia de su ejemplar de la edición original en inglés. Pero también gracias a él leí por primera vez la “Filogenia” de su admirado Florentino Ameghino (en ese clásico de la ciencia platense y nacional él era un ameghinista fanático y un antimorenista empedernido). En este momento creo necesario hacer un paréntesis, el leía los clásicos, no como clásicos sino con la curiosidad del que está abierto a retomar una vieja teoría y refutarla a partir del conocimiento actual. En ocasiones, esa búsqueda podía llevar a callejones sin salida, pero en muchas otras le permitió adelantarse a su época. Hace alrededor de 20 años, Héctor dictó un seminario en un Instituto de la Facultad de Medicina, hizo un resumen de sus principales trabajos sobre nutrición basados en modelos experimentales en rata. Un becario, joven y brillante, estaba sorprendido porque sus conclusiones eran lamarquianas. Héctor no generaba hipótesis ad-hoc, para evitar caer en esa interpretación, mostraba los resultados crudos y luego en unas conclusiones, poco explicitas, dejaba entrever que había caracteres adquiridos que se heredaban. Eso parecía un anacronismo absoluto, casi una herejía para una ciencia en la que el término “epigenética” aún no había adquirido su significado actual. Hoy cualquier biólogo molecular explicaría esos resultados por la herencia transgeneracional de la metilación de ADN o de la acetilación de histonas, conceptos que hubieran parecido salidos de una novela de ciencia-ficción cuando él hacia sus experimentos.
Pero al mismo tiempo que retomaba viejas ideas y las re contextualizaba, estaba totalmente abierto a las nuevas disciplinas. En algún momento, seguramente en los primeros años del nuevo siglo, le sugerí compartir su clase sobre Ontogenia y Filogenia, para agregarle a la síntesis en la que revisitaba a von Baer y Haeckell a partir de las miradas del siglo XX, los nuevos conceptos. En realidad esas nuevas ideas las había anticipado Gould 20 años atrás, pero en un nuevo marco teórico y metodológico se convertían por entonces en la base del paradigma dominante en Biología Evolutiva, la biología evolutiva del desarrollo o “Evo-Devo” . Comenzamos entonces a dar todos los años una clase compartida. Cuando Héctor, siempre inquieto y reflexivo, me escuchaba hablar de homologías profundas, genes maestros y otros términos provenientes de la Biología Molecular, y me decía: “Hay cosas que no llego a entender, pero esto explica lo que yo pensaba años atrás”, él sabía, en épocas en que la Teoría Sintética parecía haber obviado en su síntesis a la Ontogenia, que la Embriología podía explicar muchas cosas sobre la evolución. Pucciarelli, estaba en la punta de la flecha de la ciencia, pero sin embargo no se rendía, fascinado, frente a las modas de la ciencia, esa fue otra de las características que lo hizo un diferente, un único.
Por último, otro aspecto que destaco de Héctor fue su compromiso ideológico. Yo lo conocí en épocas de Democracia, pero nunca calló sus ideas. Recuerdo, una de las últimas veces que lo escuche disertar, en un Congreso de Antropología Biológica, en Puerto Madryn, ya con problemas de salud, pero con momentos en que reaparecían las reflexiones de esa mente distinta, brillante. Allí en octubre del 2009, en una de las épocas de mayor bonanza para nuestra ciencia, manifestó su visión crítica de las instituciones científicas en los tiempos oscuros, especialmente del rol que tuvo el CONICET durante la dictadura.
Creo que la última vez que compartimos una actividad académica fue cuando se doctoraba mi hija, hace exactamente 5 años, él era su codirector y estaba cerrando su vida científica. Lo vi pocas veces más. No nos encontrábamos tantas veces en cada uno de los más de 20 años en que compartimos actividades, pero extraño mucho sus anécdotas y sus planteos, sus bromas y sus hipótesis, hoy creo que me influenció mucho más de lo que ambos pudimos haber pensado durante todo ese tiempo. Cada vez que pienso en él, viajo 25 años y recuerdo las palabras de mi entonces director, quien lo definió con muy pocas palabras, que intentaban resumir muchas cosas: fue un gran científico, pero especialmente un buen tipo.
Claudio Barbeito
Dr. en Ciencias Veterinarias, Investigador Principal CONICET.
Fue Decano de la Facultad de Ciencias Veterinarias (FCV), Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
Profesor de las Cátedras de Histología y embriología y Patología general en la FCV y Profesor Libre con categoría de Adjunto en la Cátedra de Antropología Biológica I en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo, UNLP.
Gracias por estas semblanzas personales!!!
Nos recuerdan lo que hace grande a la Antropología Argentina.
Saludos
Un buen tipo sin dudas sos vos Colega Claudio, y mejor profesor aún, el mejor profesor que un estudiante pudiera tener. Te mando un abrazo, MV Nicolás Ricau (Promoción 2010 de la cual fuiste padrino)