Por Susana Alicia Salceda
«Debe pensarse, entonces, que el papel de la inferencia no puede ser descartado sino tomado como conjunto de elementos probables que serán tanto más cercanos a la verdad cuanto mayor sea el grado de consistencia que adquiera respecto de otras inferencias… Podemos resumir todo esto recurriendo al viejo axioma: la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia.»
Héctor M. Pucciarelli (Complutum, 2004, 232)
El párrafo transcripto resume claramente la concepción que enmarcaba el accionar investigativo de quien comprometió su quehacer en dilucidar aspectos teóricos explicativos no sólo de la presencia del hombre en América, sino también de la diversidad adquirida en su deambular por este vasto territorio.
Conocí a Héctor (el Pucha) a principios de la década del 60. Yo venía dispuesta a estudiar geología por alguna bibliografía que había caído en mis manos, en un hogar como el mío en el cual la lectura y el compromiso ideológico siempre estuvieron presentes. Cursando aquel primer año común de un plan recientemente modificado por jóvenes entusiastas, tuve la oportunidad de conocerlo. En realidad, cursar Antropología General nos abrió un panorama distinto donde el compromiso ideológico de un grupo de nosotros tenía mucho más cabida que en la aparentemente fría corteza terrestre y decidimos estudiar antropología, disciplina enmarcada dentro de las ciencias naturales de acuerdo con los paradigmas de la escuela francesa. Entre nuestros docentes estaba Héctor. La relación se fortaleció a partir de compartir ideología política y compromiso militante. Nuestra agrupación estudiantil de pertenencia por elección fue ARFA (Agrupación Reformista Florentino Ameghino) y en ella participábamos activamente estudiantes “de izquierda”. Como tales nos preparábamos y enriquecíamos teóricamente con la lectura y discusión de textos sobre los movimientos históricos que dieron origen a los cambios revolucionarios de 1918, tanto internacionales como nacionales y que involucraron distintos modelos de gestión y académicos en enseñanza superior.
Argentina fue pionera en estas luchas en América latina. El Pucha fue un excelente maestro en aquellos espacios que nos dejaba el estudio formal y que compartíamos en la casa de algún “platense” que actuaba como anfitrión de “los del interior”. Aquellos que alquilaban viejas casonas también aportaron sus lugares y entre mate y mate, la charla pasaba por la lectura seria y la discusión fundada. En esos primeros tiempos consolidamos un vínculo fuerte más allá de la amistad, sin saber lo que se avecinaba. Admirábamos la solidez teórica de Héctor, de Raúl Carnese y de tantos otros, mayores que nosotros que nos introdujeron en un mundo de utopías. Siempre el consejo era, el militante y, sobre todo, el dirigente debe ser el mejor alumno de la carrera y por tanto, un ejemplo a seguir. Algunos no tomaban en serio este axioma, pero nosotros sí.
El 66’ fue el primer golpe a nuestros sueños. Así, el devenir de nuestra historia reciente y vivida nos fue separando irremediablemente. Abrazar distintas maneras de enfrentar los autoritarismos, resolver las contradicciones ideológicas generadas por los verdugos que se transformaron en víctimas y viceversa nos hicieron transitar realidades diferentes.
El interregno entre ambas dictaduras, no fue más que un laboratorio en el que se gestaron los horrores vividos a partir del 76’. No fue sencillo por esos tiempos poder seguir transitando las aulas y mantener vivos los contenidos fundadores de nuestra utopía, tanto en lo académico como en lo ideológico en el marco de una debilidad afectiva generada por la ausencia de quienes habían compartido con nosotros aquellos años iniciales.
Volvimos a encontrarnos en el 82’ cuando Héctor retoma la cátedra resultado de concursos organizados en esa pequeña apertura que empezaba a vislumbrarse, y que anunciaba el advenimiento de lo que constituyó la verdadera normalización de la universidad pública argentina y el fin de la intervención.
De todos modos, nuestra divergencia en el recorrido nos marcó a ambos y en ese juego entre mayorías y minorías a veces nos perdimos en un accionar que la historia institucional alguna vez juzgará.
No fue fácil tampoco para ambos transitar esa etapa de desencuentros que a veces fueron capitalizados por otros que ahondaron las diferencias, mostrando un alto contenido de autoritarismo e intransigencia, probablemente resabios de maneras de gestionar esa apertura sin tolerancia y que nos llevaron a enfrentamientos de hecho. Sin embargo, siempre logramos encontrar formas alternativas para resolverlos en un marco subyacente de respeto mutuo.
Casi al final del camino, la parábola de aquel Prometeo encadenado por los Dioses y “liberado” por los hombres que, en alguna conversación casi íntima, fuera reconocida por Héctor como el motor que lo volcó a integrarse con compromiso a la lucha universitaria, volvió a unirnos. La ingenua, prístina y solidaria utopía de un Prometeo rompiendo sus cadenas sobrevoló sobre nosotros demostrando que los vínculos que se gestan en la unión desinteresada basada en ideas, con sustento teórico fundado, generosidad y compromiso son indestructibles.
Así prefiero recordarlo, teniendo siempre presente aquella sentencia anónima grabada en una cripta de Aguilar de Campoó, España, señera desde mi más tierna infancia….
“Belar se debe la Vida de tal suerte que quede vida en la muerte”.
Susana Alicia Salceda
Licenciada en Antropología y Doctora en Ciencias Naturales (FCNyM-UNLP). Investigador Principal (CONICET). Profesor Titular (FCNYM-UNLP). Jefa de la División Antropología del Museo de La Plata (FCNYM-UNLP). Miembro del Comité Académico del Doctorado en Ciencias y de la Maestría en Gestión y Conservación Ambiental (FACEN-UNCA). Docente de posgrado en Antropología Forense (IUPFA-Ministerio de Seguridad).